Durante los últimos cinco años, coincidiendo con el auge de Merkel como principal valuarte la Unión Europea, se ha aplicado el fundamento de la austeridad como principal motor económico del continente. De hecho, los más importantes políticos de la unión, españoles incluídos, nos han vendido la austeridad como una medida necesaria, como la única alternativa posible para volver a la senda del crecimiento y como un acto de responsabilidad. Con todo ello, en los últimos años hemos sufrido la eliminación del cheque bebé, dos subidas del impuesto de valor añadido (IVA), una subida "temporal" e indefinida del IRPF y del IBI y varias congelaciones de pensiones, de salarios públicos e incluso del salario mínimo interprofesional.
En el papel parece lógico, por absurdo que parezca ya desde la educación se nos inculca la idea de que los números positivos son buenos y que los negativos son malos y que por consiguiente todo balance debe de obtener beneficios sí o sí. Y en la práctica es cierto, por poner un ejemplo real si tú tienes tu cuenta en números rojos y no pagas tu hipoteca, vendrá el banco y embargará tu casa. En todo caso, queda demostrado que el mensaje de que hay que ajustarse el cinturón parece coherente y que por consiguiente es aceptado por la ciudadanía.
El problema viene cuando los políticos transforman el significado de "austero" (simple, sin alardes) en minimalista y barato, dando a entender que los servicios públicos deben de ser básicos y que cualquier usuario que requiera algo que haga uso de cierto grado de dificultad debe de dirigirse al sector privado. Es decir, en la práctica la deformación de la palabra austeridad significa que los ciudadanos pasamos de ser propietarios de un servicio a clientes de otro.
También hay que destacar la vinculación que la política hace de la austeridad con respecto a la responsabilidad. La responsabilidad no es más que la habilidad para responder, se trata de la acción de responder por las consecuencias de los hechos que provocamos. Aquí radica la principal problemática de la austeridad, puesto que recortar gastos no es una respuesta a la acción de entrar en déficit, si no que realmente es la consecuencia directa de esto último. Es decir, el hecho de gastar menos no se debe a la necesidad de ahorrar, si no a la consecuencia de que ya no hay dinero en las arcas públicas. Técnicamente hablando, nuestro Gobierno no ha sido responsable, puesto que en vez de aplicar medidas de choque para responder ante la crisis se ha limitado únicamente a ajustar el presupuesto.
Por otro lado, las subidas de impuestos o las congelaciones de salarios y de pensiones tampoco son una medida de responsabilidad, si no una consecuencia surgida del hecho de la imposibilidad de poder recaudar dinero debido a dos factores básicos: Hay más de seis millones de parados que no pueden pagar impuestos y el interés de las bonos de deuda se han duplicado en los últimos años. De hecho, rizando el rizo, podemos llegar a la conclusión de que amputar tu producto interior bruto y poner en riesgo el crecimiento económico de tus ciudadanos es lo más irresponsable que se puede hacer, moralmente hablando, puesto que estás delegando en ellos la labor de sacar el barco a flote.
Profundizando sobre una situación pasada similar, durante la gran depresión de 1929 se observó la generación de un círculo vicioso en el sector privado: Cuanta más gente hay en paro, menos gente gasta dinero, menos dinero ganan las empresas y por consiguiente las empresas realizan más despidos. No hace falta ser muy listos para ver que 80 años más tarde el mismo patrón se está repitiendo en España, Grecia y Portugal. El problema radica en que la única entidad capaz de romper el bucle es el Estado y debe hacerlo aplicando medidas de crecimiento, tal y como hizo Roosevelt al asumir la presidencia de los Estados Unidos en 1933. Hay que remarcar que la única entidad que puede y debe romper este círculo es el Estado, puesto que es el único poder capaz de legislar y modificar leyes acordes con la situación actual de su población. Para mostrar el paralelismo con nuestra crisis económica, durante la gran depresión el PIB de Estados Unidos se derrumbó hasta el 14,9% en 1932, el sector bancario también entró en quiebra y la economía mundial acabó entrando en recesión. Es decir, en vez de fijarnos en la historia para solventar un problema bastante similar, 80 años más tarde los europeos preferimos hacer lo contrario y salvar a la banca en vez de incentivar al verdadero motor económico del pueblo: Las pequeñas y medianas empresas.
Por consiguiente, este ensayo concluye que la austeridad que estamos sufriendo no es un modelo real de creimiento y que además prolonga la duración del círculo vicioso que produce la destrucción periódica de empleo y que esta situación no se invertirá hasta que el Estado o la Unión Europea planteen una alternativa real en su materia económica... Al fin y al cabo, la Unión Europea nació para abaratar el comercio entre las distintas naciones y no para legislar el comportamiento de éstas.
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