Acompañé a la chica más adorable del mundo a su trabajo. No, la tuya no, Pau. La mía. De paso compramos unas facturas, como llaman los argentinos a los productos de bollería, para que celebrara su cumpleaños con sus colegas de oficina. En un par de horas, debía de partir.
Amable como siempre, el portero del hotel me pidió un taxi para que pudiera acudir rápido a Ezeiza. El "colectivo" (bus metropolitano) es unas 100 veces más barato (textualmente hablando), pero también es cuatro o cinco veces más lento y no quería jugármela. Tras un cuarto de hora el portero coge el teléfono. Algo no cuadraba, me dijo que debía salir e ir hasta la avenida 9 de Julio, puesto que nuestra calle aparentemente estaba cortada por algún tipo de protesta o manifestación.
El portero se ofreció a acompañarme y me condujo hasta el cruce de 9 de Julio con Lavalle. Ahí me esperaba un monovolumen antiguo, de color gris claro, de esos que aparentan ser una especie de furgoneta en miniatura. Ahí vino mi primera sospecha. Si alguna vez habéis estado en Buenos Aires, sabréis que todos los taxis son Sedan y de color negro. Para más inri, la puerta del asiento del acompañante delantero estaba rota, obligándome a sentarme detrás sí o sí. Al entrar en el coche di por hecho que estaba siendo secuestrado.
Ya con el coche en marcha, empecé a revisar el entorno y comprobé que aparte de tener las revisiones actualizadas, poseía una licencia de un ministerio. El secuestrador, bajito y bronceado, tenía un ligero acento porteño, pero no parecía argentino. Mi teoría se confirmó cuando me preguntó si me iba de vacaciones. Era un extranjero que no se había dado cuenta de que yo era extranjero. Condujo lento en todo momento, sin rebasar en ningún instante las normas de velocidad, mientras me hacía preguntas del tipo "¿sale muy caro venir a Argentina?", "¿de qué trabajás en España?", etc. Realmente no se trataba de ningún secuestrador, era un simple conductor peruano que mostraba interés por tener familia en España. Si tenéis curiosidad, la carrera desde el Obelisco (primer lugar donde se izó bandera argentina en Buenos Aires) hasta Ezeiza sale por 180 pesos (unos 32 euros). No es mal precio para un trayecto de 40 kilómetros, pero el "colectivo" me hubiera salido por sólo 2 pesos (0,35€).
Llegué al mostrador de Alitalia, listo para realizar el checkin. No había cola, puesto que llegué a tan sólo diez minutos antes del cierre. No obstante, pese a no hacer cola, me sentí observado. Apenas a media decena de metros, había un par de personas que me miraban por que sí, sin sentido aparente. Facturé mi maleta y puse rumbo hacia la zona de embarque. Iluso de mi, no pasaron ni diez segundos cuando una de esas personas se acercó a mi y se puso delante mía. Era de estatura media, de unos cuarenta años, muy bien vestido y calvo. No hacía falta saber que la persona que tenía delante nunca había pasado hambre.
- Disculpe señor, control de inmigraciones. ¿Me enseñá su pasaporte?
- Sí claro, aquí tiene.
- Enseñá también las cartas de embarque. ¿De dónde sos vos?
- De Valencia.
- ¿Cual es su motivo de viaje? ¿Negocios? ¿Turismo?
- Tengo pareja acá.
El calvito bien vestido pone en todo momento cara de póquer, como si esperara ganar la lotería conmigo. No le culpo, debe de ser su trabajo. Abre mi pasaporte y espeta con una sonrisa partida.
- ¡Ah! ¡Sos de Bélgica! ¿De qué trabajás vos?
- Soy programador informático.
Calvito comienza a revisar una a una las hojas de mi pasaporte, con el afán de encontrar algo que le pudiera ser útil.
- Mirá, si no es la primera vez que venís.
- Sí, es mi segunda vez.
- Realizás visitas muy cortas.
- Lo que permiten las vacaciones...
Al agente le gustó mi respuesta y espetó una carcajada, la cual complementé sonriendo para no romper el hielo.
- ¿Tenés una tarjeta de visita para mi?
- ¿Una tarjeta de visita?
- Sí, para comprobar que decís la verdad.
- No, no tengo. - Le respondo mientras le enseño mi cartera, llena de tarjetas de socio o de usuario de distintos servicios.
- Bueno, supongamos que es cierto. Continúe.
Me resultó una situación cómica. Casi me descojono de él delante suya, sobretodo por el tema de la tarjeta de visita. No sé, un agente de Barajas me habría pedido algún otro tipo de documentación donde se viera que vivo en Valencia, como pudiera ser mi permiso de conducir o mi DNI. Supongo que fui víctima de un control aleatorio de inmigración y que símplemente fui seleccionado por no parecer sudamericano. Cinco minutos más tarde pasé el control de pasaportes sin problemas. Este control no hay que confundirlo con el simulacro de interrogatorio: Desde principios de mes Argentina te saca una foto y captura tus huellas digitales tanto si sales como si entras en el país. Esta nueva medida me gusta, no por el tema de que se pueda formar un futuro "Gran Hermano", si no porque antes entrar era un chiste... básicamente era presentar tu pasaporte y tener visado de turista sí o sí.
Había mucha cola para el embarque de mi vuelo y este no había comenzado. Así que me dirigí a la cafetería y compré un sandwich mixto y una cocacola por casi 60 pesos. Un puto timo, pero estaba hambriento. Para haceros una idea, el conjunto salía por unos diez euros, un precio prohibitivo incluso para un aeropuerto europeo. Esto te da una idea de la clase de turistas que pasan por Ezeiza.
Al entrar en el avión, me encontré con esta horrible sorpresa: Una caja metálica que ocupaba un sitio considerable y que me iba a incomodar los pies durante las próximas trece horas.
Instante en el que me cagué en Roberto Colaninno, presidente de Alitalia.
Lo peor de todo es que también me tocó soportar esta maldita caja durante las trece horas del viaje de ida. Realmente en el viaje de ida no me tocaba utilizar este asiento, pero me ofrecí para facilitarle el viaje a Alfredo y Marta, una pareja de jubilados de la zona de Provincias. ¿Qué probabilidad existe que te toque esta putada, tanto en el viaje de ida como en el de vuelta y en asientos distintos? No obstante decidí no venirme abajo, así que saqué el móvil y me puse a revisar en él las fotos de mi viaje, mirando con morriña lo que dejo en Buenos Aires, con la esperanza de poder volver en breve.
Por megafonía anunciaban que el vuelo saldría con veinte minutos de retraso. Esto me volvió a recordar a Alfredo y Marta, puesto que ellos remarcaban que les gustaba viajar con Alitalia por su alto grado de puntualidad. La verdad es que mi experiencia dice lo contrario, puesto que la mitad de vuelos que tomo con ellos salen tarde y realmente siempre los elijo porque son los más baratos para los viajes que me interesan.
Mientras daban dicha noticia por megafonía, mi compañero de asiento se mostraba terriblemente nervioso, molestando cada dos por tres a una azafata. Se trataba de un hombre de 50 años, metido en el cuerpo de uno de 40. Sin duda alguna era una especie de metrosexual italiano, que lucía unos anillos en su mano que no parecían para nada baratos. Tras un par de minutos, se dirige hacia mi:
- Excuse me, ¿speak español? - De nuevo me traicionó mi apariencia nórdica.
- Sí, hablo español. - Le dije forzando un castellano puro de Valladolid.
- ¿Su celular funciona aquí? ¿En Buenos Aires?
- Sí... - Le miro con cara rara, mientras retiro las fotografías del móvil.
- ¿Me dejaría hacer una llamada? Se la pagaría. Es que creo que me he dejado la puerta del departamento abierta y por descuido he dejado ahí mi celular.
- Bueno... - Sigo mirando con cara rara, mientras abro el sms de Simyo donde me comunican mi tarifa en Argentina. - Serían unos 80 céntimos por llamada + 1,69€ minuto. ¿No le saldría más barato pedirlo a otra persona?
- Sí, mire... me he dejado dinero en la mesa. Tengo miedo que alguien entre y robe...
- Bueno, pero más que el dinero tendrá miedo de que le roben en casa. Entiendo que es una emergencia, dígame el número.
Tras un par de llamadas fallidas, me empezó a explicar la realidad de la situación. El señor en cuestión vive en el edificio más alto de Palermo, la zona más rica de Buenos Aires... Un lugar que, pese a su excesiva seguridad, es muy propensa a los robos. Estamos hablando de que a lo mejor la lámpara de mesilla de su entrada podía valer mucho más que mi sueldo y de que el "Señor H" (como lo llamaré a partir de ahora) sospechaba de que se había dejado la puerta sin cerrar.
Por suerte, tras un par de intentos, consiguió contactar con un conocido minutos antes de despegar. Dicha persona venía de pasar por su casa y le confirmó que se dejó la puerta cerrada, pero no a llave.
- ¿Pero como llamás? ¿Si tenés el celular acá?
- Un pive amable me prestó el suyo.
Por suerte todo quedó en un susto, pero el uso del teléfono le permitió poder descansar tranquilo durante las trece horas que dura el viaje. Durante este, el Señor H me aclaró que tenía una enfermedad viral, causada por una mutación de sus estafilococos que le producían episodios de amnesia y que requiere de una decena de pastillas diarias para su tratamiento. Esto hizo que ante una situación de estrés como la llegada antes de tiempo de su taxi, le produjera que se olvidara de coger el móvil y que dejara abierta la puerta de su casa. En todo caso, el Señor H se mostró siempre amable y hablador y acabó pagándome un refresco en el aeropuerto de Roma para compensar el cargo de la llamada. Ahí me confesó que estaba dispuesto a pagar la tarifa de Alitalia para realizar llamadas de teléfono desde el avión (unos 14 dólares americanos el minuto), pero que la azafata con la que hablaba era una vaga y que ella le propuso que hablara conmigo, puesto que me habían visto ojear las fotos de mi viaje en mi móvil.
Dos horas más tarde embarqué en mi último vuelo, rumbo a Valencia. También con Alitalia y también con retraso, para variar. Al llegar, adivinen... mi maldita cara de extranjero. Volví a ser víctima del control de aduanas. Por suerte soy chico bueno y legal y no tuve ningún problema en el control "aleatorio".
En fin, welcome to Matrix. Mañana toca ir a la oficina.